Mi fiesta sorpresa de medio siglo… y lo que te rondaré morena.
Bueno… pues ya están aquí.
Sí, queridas, queridos, gentes del mundo y curiosos de TikTok que aún no
entienden lo que es pagar una hipoteca: ¡han llegado los 50! Tachán. Medio siglo de existencia.
Medio siglo de levantarme, respirar, trabajar, pagar cosas y preguntarme dónde
demonios he dejado el móvil.
Me acuerdo perfectamente de cuando era una niña, una pobre e inocente criatura con dos coletas bien largas y tirantes que me llevaron al apodo de “moto” y pensaba: “cuando tenga 50 años… será 2025”. ¡2025! Eso sonaba a año futurista, de esos con coches voladores, robots que te hacen las lentejas y abrigos que se secan solos como en "Regreso al Futuro". Y mírame ahora, en pleno 2025… con menopausia, kilos de más, y los pechos explorando nuevas direcciones gravitacionales. ¡Qué bonito todo!
Eso sí, el cumpleaños… ha sido espectacular. Muchisisisisimas gracias
churriiiiiii, te lo has currado pero bien.
¡Una fiesta “sorpresa”! Y digo “sorpresa” entre comillas gigantes, tamaño
catedral, porque a ver, una ya tiene una edad. Una edad y una agenda, que soy
autónoma, cariño. Que si me dices “oye, ciérrate la última hora del sábado”,
pues ¿qué esperas? ¿Que me crea que vamos a montar una empresa nueva en media
hora? Hombre, no. Ahí ya empiezas a olerte el percal, a notar cómo las piezas
se mueven, cómo los grupos de WhatsApp están más activo que un Black Friday…
Y
efectivamente, llegamos al merendero… y ¡allí estaban! Casi todas las personas
que me importan, esperando a que esta personilla con rodillas crujientes y alma
fiestera hiciera acto de presencia.
¡Qué gozada! Verlos ahí, fingiendo que no se han peleado por la cerveza o por
quién traía los vasos, con esa cara de “¡Sorpresaaa!”, que claramente llevaban
practicando desde el coche. Porque claro, una fiesta sorpresa requiere
coordinación, nervios… y tres personas que siempre llegan tarde aunque vivan
enfrente del sitio.
Y sí, fue maravilloso.
Había de todo: risas, abrazos, un sobrinito diminuto que me dijo que había traído
un jamón, oye y que no mentía, personitas
que hacía mucho que no veía, un montón de comida, bebida, regalos y claro, la
tarta. ¡Ay, la tarta! Tan espectacular que pensé que igual también venía con
hipoteca. Encima super personalizada que mi amiga Belén es una artista.
Algunos no pudieron venir. Qué le vamos a hacer. La vida es así, llena de responsabilidades, imprevistos, niños pequeños, hasta regatas por el mar Griego!! Porque claro, eso de poder ir a donde uno quiera, cuando uno quiera, ¡eso se llama libertad! Y aquí lo que hay es hipotecas, obligaciones y cosas que se acumulan como los tuppers sin tapa.
Aun así, agradezco a todos. A los que vinieron, a los que no, y a los que se excusaron tan bien que casi me hacen sentir culpable de haber nacido un 24 de junio. Gracias. De verdad. Este paso de ecuador, esta subida al monte Everest hormonal, ha sido un momentazo gracias a vosotros.
Y ahora qué. ¿Qué toca? ¿La decadencia? ¿Los achaques? ¿Las cremas anti-edad que cuestan como un billete a París pero que solo consiguen que brilles como bola de discoteca? Pues no sé. Porque nadie te da el manual de instrucciones. Te dicen “ay, los 50 son los nuevos 30”, si, si, pues tu espalda no dice lo mismo. Te hablan de la libertad de la madurez, pero el colesterol opina distinto. Unos te dicen que es el mejor momento de tu vida… y tú pensando que ni siquiera sabes dónde has dejado las gafas después de quitártelas para leer la última factura.
Pero mira, si algo tengo claro es que mi cabeza sigue funcionando como si tuviera 20. Lo de fuera ya va por libre, sí, pero por dentro yo sigo soñando, deseando, queriendo bailar hasta las tantas, viajar sin rumbo, y reírme hasta que se me salten los puntos (bueno… si los tuviera). Sigo tan loca como siempre, con mis ideas raras, mis playlists ochenteras y esa sensación de que aún me queda mucho por hacer, por vivir y por decir, probablemente a voces y con muchas palabrotas.
Dicen que los 50 son el momento de florecer… Pues mira, a mí lo que me han florecido son las canas, las arrugas, los kilos y la necesidad de decir lo que pienso sin filtro. ¿Y sabéis qué? Me encanta. Porque ahora ya no tengo paciencia para tonterías, ni para tacones incómodos, ni para gente que me cae mal pero “hay que quedar bien porque toca”. No, no toca. Toca cuidarse, reírse, y si hace falta llorar, pues se llora. Pero con estilo. Y si es posible, con un gin-tonic bien fresquito en la mano.
Así que sí…
ya están aquí los 50.
Y mira, no sé si son los nuevos 30 o los viejos 40 con lumbalgia, pero aquí han
llegado. Y no los he recibido con resignación, ¡qué va! Los he recibido con su
glamour de farmacia, sus cambios hormonales sorpresa y sus bragas cómodas y sobre
todo con unas ganas locas de reírme de todo. Porque si algo me ha enseñado este
medio siglo es que la vida es corta, pero las etapas son largas, ¡y algunas
hasta se repiten más que el gazpacho!
Y si me preguntas qué viene ahora… pues no lo sé. No tengo ni puñetera idea. A lo mejor me da por hacer yoga aéreo, o escribir un libro, o aprender francés, o simplemente por seguir comiendo chocolate a escondidas mientras veo series malas con subtítulos. Todo vale.
Porque a estas alturas, uno ya no vive para impresionar, vive para sentir. Y si eso incluye usar el sujetador como monedero, pues que así sea.
Así que no voy a hacer una lista de propósitos, ni prometer que voy a correr una maratón, ni subirme al Everest ni nada por el estilo. Lo único que prometo es seguir siendo yo, una cincuentona orgullosa con mis canas, mis carcajadas, mis contradicciones, guerrera, divertida, y con un radar de gilipolleces tan fino que no se me escapa una.
Porque he
tardado 50 años en ser quien soy. ¡Y no me pienso rebajar a menos! Así que
brindemos, queridos míos. Brindemos por los 50, por lo que fuimos, por lo que
somos, y por todo lo que aún nos queda por vivir. Y que nadie nos diga lo
contrario. Así que si alguien tiene un problema con mi edad, que se lo meta en
una tarta y se lo coma con una vela.
Y si no, que se prepare… porque los
próximos 50, los pienso vivir a lo grande. Aunque sea en chanclas.
Comentarios
Publicar un comentario