El carnaval y esa resaca que nos dejaron griegos y romanos
Carnaval. Esa hermosa época del año en la que la sociedad, tan civilizada y ordenada el resto del tiempo, decide tirar la vergüenza por la ventana y entregarse al caos absoluto. Es la única celebración en la que está socialmente aceptado vestirse de aguacate gigante, hada madrina con sobrepeso o pirata en oferta, mientras te empapas en confeti y bailas al ritmo de música que juraste que odiabas.
Pero, espera… ¿de dónde salió esta fiesta de desenfreno controlado? Porque seguro que no fue idea de alguien con espíritu puritano. No, no. Agárrate fuerte, porque la historia del Carnaval es un cóctel explosivo de bacanales romanas, excesos griegos, fiestas egipcias y una pizca de estrategia cristiana para que la gente no se subleve demasiado. Vamos a desentrañar el misterio de por qué, cada año, millones de personas sienten la urgente necesidad de disfrazarse y desmadrarse con total impunidad. Agárrate porque la historia es tan enredada como un collar de cuentas después de una noche de fiesta.
1º La cronología del descontrol: un calendario digno de un acertijo matemático, porque si creías que el Carnaval tenía una fecha fija, felicidades, acabas de demostrar que nunca has intentado entender el calendario lunar católico. Porque no, aquí no funciona el clásico "segundo sábado de febrero" o "último viernes del mes". No, no, no.
La cosa es más compleja: el Carnaval es esa festividad que llega cada año para recordarnos que la vida es corta y que, antes de 40 días de sacrificio y penitencia (gracias a la Cuaresma), más vale darnos un atracón de todo lo prohibido. Y como la iglesia no podía dejar que esto fuera demasiado fácil, su fecha depende del calendario lunar. Porque claro, ¿qué mejor manera de hacer planes que depender de la alineación de los astros?
Para que no tengas que hacer cálculos de física cuántica, este año, la gran bacanal oficial será desde hoy 27 de febrero al 5 de marzo. Así que anótalo, o mejor aún, pon una alarma en tu móvil, porque si dependes del calendario eclesiástico para recordarlo, buena suerte colega.
Y ahora que por fin sabes cuándo se celebra, vamos al turrón. ¿Cuándo se inventó esta fiesta del "todo vale"?
Pues esta noble y antiquísima tradición, según dicen los expertos (y Wikipedia), nació hace la friolera de 5.000 años entre los sumerios y los egipcios. Porque, claro, cuando una piensa en civilizaciones avanzadas, lo primero que le viene a la mente es gente bailando con plumas y purpurina.
Los sumerios, que al parecer tenían un problema serio con los espíritus malignos que destrozaban sus cosechas, decidieron que la mejor forma de espantarlos era con una mega fiesta. Nada de pesticidas ni rituales complejos… ¡No! Una buena juerga y listo. Problema solucionado.
Mientras tanto, los egipcios, que nunca se quisieron quedar atrás en nada, dedicaban estos días a Apis, el dios de la fertilidad. Porque, por supuesto, cuando se trata de asegurar la reproducción, lo más lógico es disfrazarse y salir a bailar. Algo así como la versión ancestral del Tinder, pero con más pintura en la cara y menos match fallidos. En esta celebración, los sacerdotes salían enmascarados y hacían procesiones de barcos… con ruedas. Sí, has leído bien. Porque si algo nos han enseñado los egipcios es que no importa cuán absurdo nos parezca algo, ellos lo hacían siempre con estilo. Y de esas procesiones pudo haber nacido la tradición de las carrozas de Carnaval, porque la humanidad jamás ha dejado pasar la oportunidad de subirse a una plataforma con luces y música estridente.
Y si te preguntabas por qué el carnaval se celebra en febrero y marzo, pues la respuesta está en los griegos y romanos, esos maestros de la fiesta sin sentido.
¿Creías que los disfraces y la fiesta eran una invención moderna? Ays, qué inocente. Resulta que los romanos, esos genios de la ingeniería, la guerra y, sobre todo, la juerga, fueron los verdaderos pioneros del Carnaval, ya se lo montaban a lo grande hace siglos. Tenían a Baco y Saturno como dioses patrocinadores de la juerga, y en su honor organizaban celebraciones que harían que hasta el más fiestero de hoy en día se sintiera un principiante. Estas fiestas eran básicamente lo que cualquier influencer de TikTok llamaría "un fiestón legendario". Se trataba de días enteros de banquetes, desfiles, alcohol en cantidades industriales y el uso de máscaras para que nadie pudiera acusarte de lo que hiciste la noche anterior. ¿Reputación? ¿Responsabilidad? ¡Por favor!
Pero no solo Roma sabía cómo montar un fiestón. Por supuesto, no eran los únicos con ganas de pasarlo bien. En Grecia, la historia era parecida, pero con más teatro y más vino en honor a Dionisio, el dios que básicamente inventó la excusa perfecta para no recordar lo que pasó anoche. Sus celebraciones eran básicamente una mezcla de teatro, borrachera y disfraces, o lo que hoy llamaríamos "un festival de música electrónica".
Pero, ¡sorpresa! Llegó el cristianismo y con él la idea de que la diversión debía tener límites. Así que en la Edad Media, cuando el cristianismo decidió que la gente se estaba divirtiendo demasiado, se inventó la Cuaresma, ese periodo de "vamos a portarnos bien" 40 días en los que no se podía comer carne ni hacer nada mínimamente divertido. Como decirle esto a la humanidad no era muy popular, surgió el Carnaval como "última oportunidad del desfase total". Como un "todo incluido" antes de la dieta forzada. O sea, una especie de "despedida de soltero" de la carne, la gula y la fiesta.
De hecho, el nombre “Carnaval” podría venir de carnem levare, que básicamente significa “quitar la carne”... o lo que es lo mismo: disfruta ahora porque después, solo sopa y arrepentimiento. Aunque, seamos sinceros, la única carne que la gente cataba en Carnaval no era precisamente la del plato, si entiendes a qué me refiero.
Hablemos ahora de las máscaras: el filtro de Instagram de la antigüedad. Si pensabas que las máscaras eran solo para darle un toque chic a la fiesta, piénsalo bien. En la Edad Media, el Carnaval era el único momento en el que se podía criticar a los poderosos sin que te metieran en un calabozo o, peor aún, te hicieran escribir pergaminos eternos como castigo. Así que la gente se disfrazaba, lanzaba indirectas (muy directas) a reyes y nobles, y luego volvía a su vida normal como si nada. Vamos, el Twitter del siglo XV.
Y así…. hasta hoy. Nos encanta disfrazarnos, bailar y fingir que el lunes no existe. Las máscaras siguen ahí, los desfiles también, y aunque ahora los escándalos del Carnaval terminan en Instagram en lugar de en las crónicas medievales, el espíritu sigue siendo el mismo en esencia: un momento para romper todas las normas antes de que alguien nos recuerde que debemos comportarnos. A demás ya no hace falta esconderse detrás de una máscara veneciana, la gente simplemente dice "¡fue culpa del alcohol!" y con eso basta para librarse de todo juicio moral.
Hoy en día lo celebramos de distintas formas: en Brasil, con el sambódromo y sus espectaculares desfiles de plumas y purpurina; en Venecia, con sus misteriosas máscaras que parecen sacadas de un thriller de época; en Tenerife, con más lentejuelas de las recomendadas por la OMS; y en el resto del mundo, con fiestas caseras que empiezan siendo "una reunión tranquila" y terminan con alguien vestido de unicornio llorando en una esquina.
Al final, Carnaval es ese precioso momento en el que la humanidad se permite recordar que la vida es corta y que el ridículo no mata. Así que este año cuando estés en medio de la fiesta, cubierto de purpurina, con un disfraz cuestionable y con un cóctel dudoso en la mano, recuerda: no es solo diversión, es ¡historia viva! ¡Gracias, sumerios, egipcios, romanos y griegos, por este maravilloso caos anual! ¡Feliz carnaval a todos!
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