Cómo arruinar tu dignidad en prime time
A ver, criaturas del Señor, os voy a contar mis intimidades, que sé que el salseo os encanta. Aquí va una historia que combina emoción, drama, tensión y, sobre todo, mi absoluta ineptitud en situaciones de presión. Porque sí, amigos, cuando los nervios llaman a mi puerta, yo los recibo con los brazos abiertos y les ofrezco café.
Resulta que hay un programa en la tele que me tiene enganchada: Cifras y letras. Lo ponen cada día en La 2 a las 9:30 de la noche, porque aquí somos de cultura, ¿vale? No es que vea mucha tele, pero este programa es sagrado. Y no solo eso, lo vemos en familia. Todos los días el mismo ritual: cena, sofá y a demostrar que en esta casa hay intelecto.
No es por presumir (bueno, sí), pero a este juego le doy un baño a mi familia día sí y día también. Tanto, que mis hijos, hartos de mi superioridad, me dijeron: “Venga mamá, apúntate al programa, que lo petas fijo”. Al principio pensé que lo decían de broma, pero no, insistieron. Y tanto insistieron, que al final dije: “Venga vale, me apunto, pero solo para que os calléis”. Y ahí empezó el show.
Llega el día del casting. Fácil, ¿no? Total, lo hago en casa, tranquilita, sin público. Pues JA. No sé cómo lo conseguí, pero me puse nerviosa yo sola, como si tuviera a un jurado de Harvard evaluándome. Vamos, un desastre, un horror. Y eso que como os digo estaba yo sola en el salón de mi casa. Con mi móvil. En mi espacio seguro. El caso es que me cogieron. ¿Cómo? Ni idea. ¿Falta de candidatos? ¿Les di pena? ¿Buscaban espectáculo? yo, de eso, reparto a puñados.
Llega el gran día. Cojo mi maleta y me planto en Madrid. Parezco Paco Martínez Soria en la capital. Solo me faltaba la cesta con gallinas bajo el brazo. Un chófer muy majo y educado me recoge y me deja en la puerta del estudio, donde me recibe un chico encantador.
Antes de seguir la historia tengo que parar para deciros que toda la gente del equipo es maravillosa. Todos. Desde el primero hasta el último. De verdad, qué gente más maja. Te hacen sentir como en casa (una casa con cámaras, focos y la posibilidad de que hagas el ridículo en horario de máxima audiencia, pero casa al fin y al cabo).
Y Aitor Albizua… ay, Aitor. Ese hombre es puro amor. Aunque estaba malillo, se marcó un programón como el profesional que es. No se le notaba nada. Un fenómeno. Y, además, encantador, de esos que te llevarías a casa a darle sopita.
Elena Herraiz y David Calle, más majos imposible. Vamos, que yo ya estaba en plan "adoptadme, por favor, quiero ser parte de esta familia televisiva".
Se suponía que iba a salir la última a grabar, así que me llevé un buen libro para pasar el día. Porque, claro, en Logroño las comunicaciones son del siglo XIX: tenemos dos vuelos al día, uno antes de que salga el sol y otro cuando ya se ha puesto. Así que ahí estaba yo, tan tranquila, disfrutando de mi libro y mi paz interior, cuando de repente…
— ¡Calienta, que sales!
¿Perdona? ¿Cómo que salgo? ¿Pero ya, ya? ¿Sin previo aviso? ¿Sin una última voluntad? ¿Ni un café para los nervios? Nada, sin previo aviso, sin caricia previa, sin vaselina. Directa a chapa y pintura. El maquillador, un chico con unos ojos de escándalo (lo siento, pero había que decirlo), me deja estupenda. De ahí, me llevan a vestuario para el visto bueno del atuendo. Cada vez más nerviosa.
Me presentan a mi contrincante, otro chico majísimo (parece que hicieron casting de gente agradable, porque no había ni un borde). Yo, de los nervios, empiezo a hablar sin sentido. Seguro que pensó: "Pero esta mujer, ¿de qué habla? ¿Está bien? ¿Por qué me cuenta su vida si nos acabamos de conocer?"
Vamos al plató. Me tropiezo por el camino con Linguriosa, que ya es como de la familia, y empiezo a temblar. Pero a ver, mujer, ¿qué te pasa? ¡Reacciona! Intento insultarme mentalmente para espabilar, pero nada, solo funciona un poquito. Cada paso que doy, los nervios siguen escalando.
Llega el momento de la verdad. Nos ponen en nuestro sitio y entra Aitor. Más majo imposible, en plan “¡tranquila, estás entre amigos!”. Y yo sí, sí, claro, amigos... pero yo me quiero morir ahora mismo”. Luego entran Elena y David, saludando tan simpáticos, y yo ya noto que me empieza a tamborilear el corazón. Y entonces… empieza el juego. Señores, lo que ocurrió después es digno de documental.
No di NI UNA. Cero. Niente. Null. Un absoluto esperpento. No sé qué me pasó. Mis neuronas decidieron hacer huelga. Un desastre total. Yo veía las letras y mi cerebro solo decía “ERROR 404”.
En un momento dado, pensé que me iba a dar un infarto. Un jamacuco en directo. Menuda forma de subir la audiencia, oye. Me veía en el telediario: “Concursante se desploma en pleno Cifras y Letras”.
Cuando todo acabó, salgo del plató, llamo a mi familia para contarles qué tal… y resulta que no recuerdo ABSOLUTAMENTE NADA.
— ¿Y cómo quedaste?
— Ni idea.
— ¿Y qué dijiste?
— Tampoco me acuerdo.
— ¿Y cuándo sales en la tele?
— Buena pregunta.
Nada, un blackout total. Una laguna mental del tamaño de Siberia.
Mira que yo soy una persona tranquila, pero oye, qué bonito es aprender a ponerse nerviosa A ESTAS ALTURAS DE LA VIDA y, por supuesto, con una cámara grabándolo para que lo vea TODO EL PAÍS.
Así que, si queréis reíros de esta mona de feria, entre hoy y el lunes creo que salgo en la tele. Preparad las palomitas y disfrutad del espectáculo. Yo ya lo tengo asumido.
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