Antes rompía corazones, ahora rompo el sofá cuando me dejo caer
Pues nada, que ya voy a cumplir 50. Medio siglo. Cinco décadas. Unos 18,250
días en la Tierra. CINCUENTA. Dicho
así suena hasta elegante, como si fuera un vino caro… Pero no nos engañemos,
más que un vino fino, mi cuerpo ahora es un cartón de Don Simón olvidado en el
maletero de un coche en pleno agosto.
Porque sí, hubo un tiempo en el que esta figura fue diseñada para la admiración, el deseo y el pecado. Pero ese tiempo quedó atrás, muy atrás… Tan atrás que ya ni lo veo. Ahora mi silueta es una mezcla entre la bola gigante de Indiana Jones y un bollo de pan mal fermentado. Y lo peor es que cada vez que voy a la playa, me miro en el espejo y pienso: "Bueno, no está tan mal". Pero luego entro al agua y empiezo a notar cómo los niños me rodean con flotadores, los turistas me hacen fotos y un socorrista preocupado se acerca para decirme que el avistamiento de manatíes en esta zona es poco común.
Y es que, queridas amigas, la maternidad es una trampa. Una trampa cruel. Al principio piensas: "Ay, qué bonito, voy a tener hijos, qué experiencia tan enriquecedora". Nadie te avisa de que tener hijos no solo te cambia la vida, también te cambia el perfil… Y no precisamente para bien. Con el primero, deje de pasar la prueba del lápiz y ya con el segundo… esa tripa descolgona no volverá jamás a su lugar. Y luego cuando crecer te das cuenta de que te has convertido en un camión de la basura. Que si el niño deja un trozo de pizza: "No lo tires, que ya me lo como yo". Que si el otro no quiere el sándwich, aquí está mamá, sacrificándose. Y así, a base de comerme lo que ellos desprecian, he pasado de ser una diosa griega a una mezcla entre el muñeco de Michelin original y un sofá con forma humana.
Y todo esto, sumado al hecho de que el tiempo libre ahora es una utopía. Antes hacía ejercicio, andaba en bici, salía al monte… Ahora lo único que camino es de la cocina al salón, lo más parecido a un cardio que hago es intentar levantarme del sofá sin hacer ruidos de abuela y lo más cerca que estoy de un deporte extremo es que todos lleguen a su hora a las extraescolares.
Pero bueno,
la vida da sorpresas y el otro día, tras dejar a los niños en el cole,
estábamos tomando un cafecito con las amigas, cuando una dice:
—Voy a mirar un gimnasio.
A lo que la otra, con un entusiasmo sospechoso, responde:
—¡Pues yo también!
Y claro, una tiene dignidad, no podía quedarme atrás, así que salté como un
resorte:
—¡Pues yo no voy a ser menos!
Porque si una va a sufrir, sufrimos todas, que aquí no hay egoísmo. Así que allá que nos fuimos, directas al gimnasio, con más moral que el Alcoyano y menos forma física que un tronco de secuoya.
Y hale, para allá que nos fuimos.
Todo muy moderno, muy bonito. Nos hicieron un estudio corporal antes de empezar
y, amigas, yo ya sabía que la cosa no
iba a salir bien, pero no esperaba tal nivel de humillación. Para
empezar, me subo a la báscula de última generación y en la pantalla sale un
mensaje gigante que prácticamente decía:
"FAT. HAZ ALGO CON TU VIDA."
Mira, hija de Satanás, que sí, que ya lo sé, no hace falta que me lo recalques,
tú limítate a pesar y callarte la boca.
Pero la cosa
no acabó ahí. Me conectan a una máquina que mide grasa, masa muscular y no sé
qué más, y cuando la monitora ve los resultados, me mira con una mezcla de
lástima y terror. Le vi en la mirada un: "Señora, vaya rezando", que le salía del
alma, pero ella muy seria y profesional me dijo:
—Bueno… No está tan mal.
—¿Perdón? ¿Eso es un eufemismo para "esto es un desastre"?
—No, no, pero… sí que habría que hacer algunos ajustes.
—Traducción: Estoy a dos croissants de convertirme en una foca monje.
Total, que salimos de ahí deprimidas, humilladas y encima con la cartera más vacía porque claro, hemos pagado para que nos insulten, encima con cosas que ya sabíamos. Pero, amigas, si, lo ha conseguido, hemos salido motivadas.
Así
que aquí estoy, lista para empezar mañana. Bueno, lista,
lista… digamos que mentalmente preparada para la humillación.
Con más miedo que vergüenza. Ya tengo preparado mi conjunto deportivo que me
hace parecer una morcilla embutida. Pero oye, actitud ante todo. Y
eso sí, que quede claro, yo aviso: a mí me han dicho que el primer día me miran mi ritmo, para adaptármelo todo,
pues mi ritmo es el más bajo de lo bajo. Que nadie me venga con burpees ni con cosas raras.
Que si tengo que empezar tumbada en el suelo respirando, pues es lo que hay, no vaya
a ser que me dé un patatús en el primer intento. Que ya me estoy imaginando la escena: yo en la cinta
de correr, sudando como si me hubieran metido en un sauna, mientras la monitora
con abdominales de acero me dice:
—¡Venga, que tú puedes!
Mira, maja, cállate, que yo ya
he parido dos hijos y he sobrevivido a años de insomnio, así que no me vengas
con motivaciones baratas.
Pero bueno, nosotras estamos motivadas. Ilusionadas. Esperanzadas. Con actitud positiva. Que quién sabe, igual me engancho al ejercicio y dentro de unos meses estoy publicando fotos en Instagram con frases como "No pain, no gain" y "El dolor es solo debilidad saliendo del cuerpo". Luego resulta que nos convertimos en MILFs y os caéis de espaldas. La verdad que con dejar de parecer un manatí cuando me meta en el mar me conformo. Que oye, para mí, eso ya es una victoria.
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