CUIDADO hombre con fiebre: ese héroe caído
Ahí está, en su hora más oscura, mi hombre. Todo empezó de forma muy discreta. Bueno, discreta si consideramos que los gemidos y suspiros propios del último aliento de un náufrago son "ruidos discretos". Ahí está mi hombre: respirando con la intensidad de quien sopla las velas de un pastel con fuego eterno, hundido en la cama tras la siesta, con la manta hasta el cuello y los ojos a medio abrir, como si estuviera pronunciando sus últimas palabras. "Cariño... no sé si voy a aguantar. No puedo más" dice con la solemnidad de un general herido. El termómetro marcaba 37,1 grados. Sí, exacto: TREINTA Y SIETE CON UNO. Y ya se ha apuntado para que le incluyan en la próxima misa del barrio.
Pero espérate, que llega a los 38 grados y la situación se descontrola. Para entonces ya ha asumido que esta fiebre lo llevará "al otro lado". Se aferra al colchón con toda la pasión que no puso nunca a hacer deporte, susurra algo sobre luces al final del túnel, y con su último aliento me pide un vasito de leche caliente con ibuprofeno. "Diles a los niños que los quiero. Siempre fui un buen hombre… ¿puedes calentar la leche un poquito más? Está fría. Pero no te preocupes, yo aguanto."
¿Pero qué le pasa, por favor? Que TIENES FIEBRE, señor de las sombras! ¡Que te has resfriado! ¿Dónde está la invasión alienígena? ¿El ataque nuclear? ¡Esto es solo un catarro elevado al nivel de apocalipsis! Pero no importa, porque ahí está él: entregadísimo a su papel de protagonista de telenovela mexicana. Gemidos, frases míticas como "quizá sea lo último que haga" y poses trágicas dignas de un Oscar. Le doy su leche, porque claro, ¿quién soy yo para negarle algo a un hombre en sus últimas voluntades?
Mientras tanto, tras el telón del drama, yo sigo con mi vida. O mejor dicho, sigo sobreviviendo. Me arrastro, con las mismas ojeras de alguien que lleva tres días buscando agua en el desierto, con esa jaqueca persistente de madre todoterreno que no ha dormido seis horas seguidas desde 2010. Mi menopausia también está de parranda, porque ¿cuándo no? ¡Más risas para el cuerpo! Y esa punzada extraña en el pecho... tranquila, no es el corazón; seguramente serán gases de hace semanas que siguen atrapados, esperando un hueco en la agenda para salir.
Que aún no han dado las 11 de la mañana y mientras el hombre con fiebre se retuerce como un guerrero medieval atravesado por cinco lanzas, tú ya has organizado la logística familiar con la eficiencia de una base militar en crisis. Has preparado los desayunos y almuerzos (porque en esta casa nadie puede ser abandonado por culpa de una epidemia de muertitis masculina), has llevado a los hijos al colegio, has fregado los cacharros del día anterior, has ido al híper y te has subido a casa 8 packs de leche y dos bolsas enormes colgadas al hombro como un estibador portuario llenas de mandarinas y naranjas que podría abastecer a una familia de orangutanes durante meses... para tu moribundo esposo, que has recogido los cacharros que has fregado antes y has puesto la lavadora, que has recogido la que estaba ya seca, te has puesto a hacer un podcast, has tendido la lavadora que ya ha terminado y ya estas lista para la reunión que tienes luego. Todo con una precisión quirúrgica. Lo peor de todo es la gincana que te viene por la tarde, dejar a cada hijo en su extraescolar tu sola.
Ah, y mientras todo esto ocurre, mi hombre está en su lecho de muerte. Tiritando como si acabara de regresar de una excursión por Siberia, envuelto como un burrito y rezando con su mirada de mártir. Me mira con ojitos de corderito degollado y exhala con un leve hilillo de voz: "será lo último que te pida... podrías traer un poquito de agua por favor". Vamos, un cuadro digno del Louvre.” Por supuesto, cariño. Lo que haga falta para que este gladiador continúe luchando contra los elementos en la arena.
El sexo débil, decían. Débil... Claro, claro. ¿Débil dónde, exactamente? Porque aquí estás tú, campeona olímpica de la multitarea, aguantando todo y más sin un ápice de drama. Que nadie se está cuestionando si vas o no al médico, aunque parezca que llevas semanas con un Alien bailando bachata dentro de ti. Que no tienes tiempo ni para quejarte. Y mientras tanto, ellos necesitan sus mínimo 8 horas nocturnas más la siesta. Que se despiden con su "testamento emocional" por una temperatura que a una mujer la mandaría directamente a la oficina con un café para espabilar. Que cuando tienen fiebre, viajan mentalmente a otra dimensión, donde la fragilidad masculina florece en todo su esplendor.
Y es que por mucho que se empeñen, hombres y mujeres no somos iguales. Por favor, que quede claro, esto no significa que uno sea mejor que el otro. Bueno, espera, sí, sí significa. ¿Quién carga los ocho litros de leche y hace el desayuno mientras se aguanta las ganas de gritar porque el calambre en el pecho se parece a una puñalada? Nosotras. ¿Quién pide manta extra porque 38 grados le parece el descenso al inframundo? Ellos. Cuando ellos se sienten enfermos, piden que se avise al notario y a la iglesia por si tienen que dejar testamento. Nosotras nos enfrentamos a la vida cada día con un ibuprofeno y una patada en el trasero a nuestras propias quejas. Así que no, no somos iguales. Somos complementarios, sí. Pero también indudablemente superiores en esto de lidiar con el día a día como si nada.
Y esta desigualdad la llevo yo comprobando hace muchísimos años, no hay más que ver el “fenómeno baño”. ¿Habéis sacado alguna vez el cronometro? Cuando ellos entran, parece que desaparecen del espacio-tiempo. No sé si van al baño a leer, a revisar memes, a firmar tratados de paz con Naciones Unidas o simplemente a estar sentados mirando al infinito; cuando ellos cierran la puerta, el mundo exterior deja de existir, pueden tirarse ahí media vida literalmente. Nosotras, en cambio, tenemos un cronómetro interior: minuto y medio para resolver el papeleo urgente porque hay cosas más importantes que hacer. Y es más te diré que puedo adivinar ¿a que en esos 90 segundos de lujo, ha pasado media familia por ahí?, porque por lo que sea, en ese breve lapso de tiempo es cuando pasan las cosas esenciales en la familia:
—
"Mamá, ¿has visto mi estuche?"
— "¡Mira el dibujo que he hecho de un perro azul gigante!"
Porque, no falla, cuando tú entras al baño, todo el mundo te necesita. Pero bueno, este es otro tema que daría
para otro podcast.
Así que nada, mientras tú sigues tu jornada multipropósito como si nada, el héroe caído seguramente hará las paces con su destino después de cinco tazas de caldo y un par de "ay, qué mal estoy". Y si le pides que te pase el vaso vacío te dirá… "No puedo, cariño,
Por favor, un aplauso para la resistencia femenina. No es que nos guste ser las fuertes... es que nos hemos resignado a que si nosotras no lo hacemos, nadie lo hará. Pero tranquilos: si le preguntáis a él, seguro que os dirá que sobrevivir a 38 grados lo convirtió en el hombre que es hoy.
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