Justicia lenta, pero humillante: una sátira en toga y martillo
¡Oh, gloria celestial sea dada al divino azar cósmico que hasta hoy me ha ahorrado la necesidad de pisar un tribunal! Ese paraíso de rectitud e imparcialidad, donde todo el mundo tiene su parte justa y equilibrada de verdad… siempre que no te toque, claro. Porque, ojo, las historias que se cuentan de los pasillos de la Justicia son dignas de un reality show surrealista con guion escrito por Kafka y dirigido por los Monty Python. No, de verdad, qué privilegio escuchar esas leyendas: que si la justicia es lenta, lento también fue el renacimiento de los dinosaurios en Jurassic Park y mira, al final llegaron, que si todos somos iguales ante la ley, pues yo lo veo más bien como un buffet no libre: a unos les dan langosta y a otros arroz blanco. ¿Y los que deciden que te va a pasar? Pues a veces parece que tienen como hobby jugársela al piedra, papel o soborno.
Pero, lo de esta semana… Ay, qué joya, el caso del siglo: el “juicio Errejón”. Lo primero, que quede claro que no se, ni me importa quién tiene la razón, esos solo lo van a saber ellos. Dicho esto, vamos a lo gordo. Yo pensaba, ilusa de mí, que ya habíamos superando con creces esa etapa primitiva en la que te decían que la culpa de un abuso la tenía la longitud de tu minifalda, tu sonrisa o el clima húmedo del atardecer, refrescar “la sentencia de la minifalda” 1989 por favor. Ingenua de mí. Claro que no. Porque en España seguimos innovando en cómo convertir a las víctimas en los sospechosos del caso. Porque, si hay algo fascinante, es el candidato estrella del caso: el juez Adolfo Carretero. Qué oratoria, qué sutileza, qué forma de aproximarse a la víctima. Más que un juicio, aquello parece el casting para el regreso de Torquemada: “¿No será que usted está aquí porque no le hicieron caso?” Qué finura, Adolfo. ¿Ya le han dado el premio al servidor del año?
Vamos a darle un aplauso a este hombre, ¡que se lo ha ganado! No sé qué está haciendo en un juzgado cuando podría estar escribiendo un best-seller titulado: “Cómo convertir un juicio en una terapia grupal de culpas (para la víctima, claro)” o quizás un programa de cocina: “Cocinando preguntas hirientes al baño ironía”. Por favor, que alguien le dé un programa en prime time.
Algunas de sus obras maestras del interrogatorio ya se están estampando en camisetas super cool. Ejemplos entre otras lindezas:
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“Dice
usted que se sacó el miembro viril, ¿sabe usted para qué?”
No, señoría, lo tenía ahí porque al salir de casa se le olvidó el paraguas y
nunca se sabe cuándo puede venir una tormenta.
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"¿Qué
hizo usted para que no ocurriera?"
Ah, la pregunta favorita del manual “Victimización para tontos”. Brillante
análisis, muy profesional, sin pizca de prejuicio.
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“Dice
usted que se sintió paralizada, pero ¿cuánto tiempo duró?.”
Claro, porque hasta el trauma debe llevar su cronómetro para quedar registrado
adecuadamente. Fascinante sensibilidad clínica.
Si lo pienso un segundo, casi me emociono de lo bien que están tratando la gravedad del caso. Porque todo parece indicar que este no es un proceso judicial, sino una especie de entrevista de trabajo inversa donde la víctima tiene que demostrar que ser agredida le supuso alguna molestia. ¿Dónde firmamos todas para no necesitar jamás este maravilloso servicio?
Es que imagina por un segundo que esto le pasa a alguien de tu entorno… y topa con preguntas como estas, dignas de una película de terror. Vamos, de ahí al manicomio directo, porque primero te mata el trauma y luego te remata el juicio, donde ya sabemos que si el horror no pasó "según los estándares narrativos del juez", no vale. Lo único claro es que, si llegase a pasarme a mí o a alguien que amo, me meten “padentro” tras cantarle las 40 a Carretero, y ahí ya veremos si el castigo a los insultos lo resuelve otro juez más decente (si queda alguno disponible).
Y claro, todo esto me lleva a pensar: ¿esto es así siempre? Porque si las mujeres que denuncian tienen que pasar por la Sala del Tribunal del Estrés Emocional, normal que muchas decidan no denunciar, sino directamente mudarse a Marte. Más práctico. No hace falta vivirlo para ver que el sistema invita más al silencio que a la valentía. ¡Bendita justicia de la que doy gracias por no necesitar!
Y es que, al final del día no te queda otra que tomártelo con humor. Humor negro, eso sí, pero humor al fin y al cabo, porque ¿qué otra cosa haces cuando te enteras de que si, por mala suerte, necesitas Justicia, lo mismo te toca un tipo que suena como una mezcla entre un guionista de cine cutre y un experto en humillaciones públicas?
Gracias, Justicia Española, por seguir evolucionando hacia atrás con tanto ímpetu. ¡Hasta Darwin estaría confundido! En fin, ¡larga vida al sarcasmo que nos queda para sobrellevarlo!
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