Los padres de hoy: cuando el sentido común se quedó en una cinta betamax.

¡Ay, qué tiempos aquellos en los que los padres eran simples y predecibles! Nos enseñaban cuatro cosas fundamentales (respeto, esfuerzo, empatía, y a devolver el cambio exacto cuando te mandaban a la tienda), y a partir de ahí te soltaban en el mundo para ver si sobrevivías. Los padres de hoy en día juegan en otra liga, hoy se lleva un modelo innovador de crianza en el que la lógica y el sentido común han pasado de moda. ¿Reglas? ¿Límites? Por favor, ¿qué es esto, 1980? Ahora se trata de crear pequeñas superestrellas que brillen sin importar cuántas normas rompan o cuántas personas atropellen en el camino. Y si alguien osa sugerir que su angelito es algo menos que perfecto… ¡preparen las armas, que papá y mamá vienen al ataque!

Porque claro, los padres modernos no son solo padres. Son abogados defensores, community managers de las redes sociales de sus hijos, terapeutas especializados en la gestión de la rabieta extrema y, por supuesto, guardaespaldas personales. Imaginen la escena que presencié el otro día: estás en un cumpleaños infantil tranquilamente, todo está en orden, van a darles la merienda a esos tiernos infantes, en un lugar donde hay una tele con videos musicales, cuando de repente un niño de 10 años, ojo 10 años, grita  como si el WiFi se hubiera caído en plena final del Fortnite. "ESAS SON UNAS PUTAAAAAS". Así que el encargado del local se acerca rápidamente, en un acto heroico, e intenta (pobre de él) poner un poco de orden. Y ¿qué ocurrió?
Correcto: llega ese padre al rescate, enfurecido como si acabase de salir de la cueva de Altamira, a defender la honra mancillada de su crío. “Quién eres tú para decirle nada a mi hijo, tu estas aquí para servir que para eso te pago”. Le pegó una bronca al pobre desgraciado, que, por supuesto, optó por asentir y callarse porque la vida ya es bastante complicada como para añadir un ojo morado a la lista. El resultado, el niño aprende que:

  1. Puedo hacer lo que me de la santa gana que vienen mis padres neandertales siempre a salvarme.
  2. Llamar putas a alguna mujeres está bien, (bueno, eso creo que lo traía a prendido de casa).

¿Y luego nos extrañamos de que lleguen a la adolescencia creyéndose los amos del universo? Chicos, si con 10 años pueden hacer de todo sin consecuencias, a los 18, en el mejor de los casos, ya están preparados para montar su propia banda de butroneros.

Antes, te metías en líos y tu padre te miraba con esa cara de “luego hablamos en casa” que te bajaba la temperatura corporal en cinco grados. ¿Ahora? ¡Ni hablar! Hoy el problema nunca es el niño. El problema es la maestra que “tiene manía a mi hijo,” el entrenador que “claramente no tiene ni idea,” o la vecina que “no entiende que mi niño solo está jugando mientras arranca las flores de su jardín.” Que haya consecuencias es anticuado. La nueva norma es: mi hijo tiene razón porque sí, y punto. ¿Es que no ves que es especial? Lo que está aprendiendo el crío no es empatía, es cómo organizar una dictadura con un ejército formado por mamá, papá y la abuela.

Así hemos llegado a una época dorada en la que los niños creen que son una mezcla de Elon Musk y Messi, sin entender que la grandeza no se consigue repitiendo “es que yo soy especial” en el espejo. No, porque a la mínima que las cosas no salgan como quieren, ¡drama! Pero ¿por qué no habría de ser así? Estos chavales llevan toda su vida siendo tratados como emperadores. ¿Limpiar la mesa? ¿Decir “gracias”? Venga ya, eso es para los plebeyos. Sus padres les enseñaron que el mundo se adaptará a sus caprichos y, lo peor de todo, que si alguien no lo hace, el problema no es del niño. ¡Es del mundo!

Ah, pero esperen, que la cosa tiene su punto álgido. Estas criaturas mágicas van creciendo, y lo que antes era una pequeña tormenta de arena se convierte en un huracán de proporciones bíblicas. Y ahí los tienes, presentándose a su primera entrevista de trabajo con sus madres sentadas al lado. Y no porque necesiten apoyo emocional, no, sino porque mamá está ahí para reclamar cuando el jefe osa pedir algo escandaloso como, oh, no sé, madrugar y llegar a la hora, trabajar. Mamá, la misma que diez años antes llamaba al árbitro porque “no es justo que mi niño no tire el penalti,” ahora llama a la empresa para quejarse de que no le dejan mirar el móvil en horario laboral.

Y mientras tanto, aquí estamos los veteranos, viendo cómo esta película de terror se desarrolla delante de nuestros ojos. Papás y mamás héroes rescatadores luchando contra las fuerzas del mal y niños que parecen extras de una peli de zombis: incapaces de valerse por sí mismos pero con la autoestima por las nubes. Oye, a lo mejor esto del “todo vale” tiene alguna ventaja que no entendemos. Lo único claro es que, tarde o temprano, ese boomerang educativo va a hacer su gran regreso. Y cuando eso pase, más vale que papá y mamá se hayan comprado un buen casco, porque el primer grito de ira incontrolada de “¡dame lo que quiero ya!” irá directo a ellos. La realidad, esa gran aguafiestas, la realidad llegará el momento en que les suelte un bofetón en toda la cara. O pueden optar por seguir detrás de ellos toda la vida y convertirse en esa nueva especie en expansión: los suegros helicóptero, que sobrevuelan las relaciones sentimentales de sus hijos como si fueran agentes del FBI.

Así que aquí me quedo, en primera fila, con mi bol de palomitas y a esperar. Esperar a ver cómo esta generación de padres modernos saborea el resultado de criar pequeñas divinidades sin límites. Porque la crianza, queridos, no es como pedir un café descafeinado con leche de avena. O la haces bien, o prepárate a recoger los trozos cuando el boomerang de la realidad os reviente en la cara. ¡Va a ser divertido!

¿Pero, quién soy yo para opinar? Solo una humilde espectadora de este circo moderno. Ahora, si me disculpan, voy sacando el cronómetro para ver cuánto tiempo tardan en culpar al colegio, a la sociedad o, quién sabe, al cambio climático. Porque si algo está claro es que su hijo jamás podría equivocarse. ¡Suerte con los unicornios!

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