Va por ti David
Hola, hola. Muy buenas queridos. He estado calladita unos días. ¿Aliviados quizá por ello? Parece ser que cuando una no publica cada cinco minutos, es que ha desaparecido del mundo, se ha rendido o peor aún, está relajada. Pero no, no os preocupéis, no me he ido a ninguna montaña recóndita, ni me he vuelto loca, aunque ganas no me faltan. Simplemente se me han juntado cuatro cositas de la vida, ya sabéis, esas nimiedades como intentar sobrevivir, pagar facturas, lidiar con la decadencia social... lo normal.
Pero bueno, que yo venía hoy a contaros una historia graciosa de un viaje, sí, sí, esa era la idea inicial, lo prometo, una cosa ligerita y divertida para retomar. Porque ¿a quién no le gusta una anécdota simpática para distraerse un rato del colapso estructural de todo lo que nos rodea, no? Pues nada, me levanto ayer por la mañana, medio dormida, abro el móvil como buena ciudadana adicta al scroll, y... ¡toma! Notición. Uno de esos que te hiela la sangre, y no precisamente porque haga frío.
Así que se acabó el viaje, el humor y la alegría. Hoy no toca comedia ligera. Hoy esto va por un héroe. Un héroe que, como no podía ser de otra manera en este país ejemplar, ha sido silenciado para siempre. Con todo el respeto, con toda la rabia y con toda la tristeza. Hoy va por ti, David.
He de reconocer que al principio no sabía bien quién era este chico. Porque claro, pasan tantas cosas, tan deprisa, y tan graves, que una ya no da para más. ¡Si es que tenemos drama por saturación! Pero me puse a investigar, porque así soy yo, me da por preguntar, por saber. Y ahí me encontré con David Lafoz Gimeno, 27 años, de Belchite. Sí, sí, 27. No 57, no 87. Veintisiete. ¿Cómo se te queda el cuerpo?.
Un agricultor desde que era un crío, porque resulta que hay gente rara que ama su tierra. Fíjate tú, en lugar de querer hacerse influencer o especulador inmobiliario, el chaval prefirió el campo. ¡Qué excentricidad! Desde los quince, ya estaba ahí metido. Y no solo trabajaba, porque trabajar se da por hecho, no: también luchaba, reivindicaba, se comprometía. Era incómodo. Un peligro social.
Fue uno de los que el 6 de febrero del año pasado salió a las carreteras a pedir algo tan escandaloso como políticas públicas reales para un sector al borde del colapso. ¡El muy iluso! ¿Quién se cree que es para exigir que no los pisoteen? Uno de los fundadores de la AEGA, asociación aragonesa de agricultores y ganaderos. Qué cosas, ¿eh? Gente organizándose, molestando con datos, con razones. Como si esto fuera una democracia participativa y no una teleserie macabra y mediocre.
Y claro, no bastaba con eso. Encima va y ayuda. ¿Podéis creerlo? Voluntario, con su tractor, en la DANA de Valencia, en las riadas de su comarca también... sin pedir nada, sin cámaras, sin posar para la foto. ¿Estamos locos o qué? ¿Dónde se ha visto semejante altruismo en pleno siglo XXI? No encaja en este ecosistema de selfies, postureo y peloteo institucional.
Pero claro, hay líneas que no se pueden cruzar. Como por ejemplo, plantarse frente a la Alfajería y decir alto y claro que desde Bruselas y Madrid se están cargando al campo con una presión regulatoria absurda. ¡Ay, David, qué ingenuidad! Eso aquí no se hace, hombre. Aquí se asiente, se traga, se sonríe y se muere por dentro. Y tú, lo dijiste todo. Lo gritaste. Y eso, eso cuesta.
Porque en este país tan moderno, tan evolucionado, ya no hace falta que te peguen un tiro en la nuca, no. Qué va. ¡Eso es de otra época!. Ahora te empujan dulcemente al abismo. Te asfixian con trámites, inspecciones, amenazas veladas y abandono absoluto. Y tú solito, con 27 años, acabas sin ver salida. Porque te han exprimido hasta que no queda nada. Ni siquiera ganas de vivir.
Y los que lo han permitido, esos, no se ensucian. No, no, ellos están muy ocupados en marisquerías, en clubs de alterne, en despachos donde se decide de todo menos el bienestar del ciudadano. Esos verdugos elegantes, esos machacas del sistema, con sus estómagos llenos y sus conciencias perfectamente vacías.
Y ahora dime tú, ¿cuántos Davides más tienen que caer así? ¿Cuántos más han sido llevados al límite mientras los de arriba no solo miran hacia otro lado, sino que a veces incluso aplauden mientras te empujan un poquito? ¿Cómo no vamos a educar a nuestros hijos para que se larguen de aquí en cuanto puedan? ¿Para qué quedarse, para ser molido a palos mientras se aplaude la eficiencia del sistema?
Porque esto, perdonadme, esto no es un país. Esto es una distopía disfrazada de democracia. Una Edad Media con smartphones y Excel. Donde las élites hacen y deshacen, donde ha vuelto hasta el derecho de pernada y el pueblo, se calla.
Estas fueron
sus palabras antes de morir:
“Lo siento por despedirme de esta manera tan cobarde, pero no aguanto más
presión, no aguanto estar discutiendo todos los días con gente, no aguanto más
inspecciones de Hacienda, ni de Trabajo, no aguanto trabajar 18 horas para no
vivir.”
¿Y aún hay quien se atreve a llamarlo cobarde? ¡Venga! Cobardes son los que callan, los que se esconden, los que comen a dos carrillos mientras el país muere. Cobardes son los que levantan la copa y se aplauden a sí mismos por un trabajo que solo sirve para machacar a los de abajo. Cobardes son los que pudieron cambiar algo... y eligieron lo cómodo.
¡Qué asco me dais todos!. Me dais asco. Todos. Políticos, burócratas, voceros y pelotas varios. Asco. ¿A veces no se os viene a la cabeza la imagen de la Revolución Francesa?
A la familia de David, todo mi amor, todo mi respeto y todo mi dolor. Y por supuesto también a todas las familias que han perdido a alguien así, por culpa de este sistema putrefacto. Y sobre todo, me gustaría pediros perdón. Perdón por no haber llegado a tiempo. Perdón por no haber sabido cómo frenar esta máquina infernal que solo sabe triturar a los buenos. Perdón por no saber hacer más.
Comentarios
Publicar un comentario