Especies humanas exóticas
El otro día, me pasó algo... verás. Tuve que asistir a un evento en un auditorio. ¡Un auditorio! Ese lugar mágico donde la gente se comporta como si estuviera resolviendo un escape room, pero sin pistas ni voluntad por vivir.
Yo, puntual como un reloj suizo que se cree británico, llegué pronto. Y mientras esperaba, me puse a hacer lo que cualquier persona normal y ligeramente chismosa hace, mirar el móvil? Nooo, observar. Me puse como si fuera el mismísimo Félix Rodríguez de la Fuente en un capítulo de “El hombre y la tierra” "Y aquí vemos al humano moderno, con entrada en mano, enfrentándose al desafío evolutivo de encontrar su asiento... sin usar el lenguaje articulado..." Porque por un lado llegaban los preparados. Los que traían su entrada en la mano como si fueran las escrituras de su casa. Miraban la letra minúscula de la entrada como si descifraran el Código Da Vinci: “Fila 7, asiento 14... bien… orientación noroeste, altitud 3 metros sobre el nivel del escenario… perfecto”. Y ¡zas! Se sentaban. Tranquilos. Serios. Pero... luego... estaban ellos. El otro equipo. Los verdaderos campeones del desconcierto. La élite del “¿Dónde estoy y por qué todo es tan complicado?” Iban con su entrada en la mano, sí, pero con la mirada... perdida. Como un perrillo abandonado en una gasolinera.
En sus ojos podías leerlo todo: confusión, desesperanza, una súplica silenciosa al universo: “¿Una persona amable que me diga dónde está mi butaca?” Pero no preguntaban. ¡Oh, no! Eso sería muy lógico. Ellos esperaban. Esperaban a que esa persona amable captara su frecuencia emocional y dijera: “Pobrecito… ven, yo te acompaño como Frodo al Monte del Destino”.
Y ahí estaban, subiendo escaleras, bajando, mirando la entrada como si fuera un billete de lotería premiado pero no supieran cobrarlo. Dando vueltas, como si fueran apps abiertas en segundo plano. Una cosa divina, digna de documental de la BBC: “El humano confundido en su hábitat natural”. Y entonces, claro, me puse filosófica. Porque si algo tiene el aburrimiento es que te convierte en Sócrates. Me dije: “Mira, que hay tipos de personas… ¿verdad?”
Están los currantes. Los que madrugan, los que sudan, los que luchan cada día por sus sueños... y luego están los otros. Los artistas del “ya si eso mañana”. Los que tienen el doctorado en escaqueo y un máster en vivir del cuento. Que tú los ves y piensas: “Este no se levanta de la cama ni con amenazas nucleares”.
También están los íntegros, los que hacen todo bien, con su Excel emocional bien ordenado, ¡y luego los tramposillos! Que si pueden colarse en la cola del súper, lo hacen. Si pueden usar la tarjeta de puntos del abuelo muerto, también. Y si hay una norma, no la respetan... ¡La sortean! Con GPS, brújula y hasta dron si hace falta.
Y ya si nos metemos en los campos emocionales… están los felices. Esa gente que parece que desayuna arcoíris con mermelada de unicornio. Todo les parece bien, todo tiene su lado bueno. Se les cae el café encima y dicen: “¡Qué suerte, ahora huelo a Starbucks!” En frente tienen a, ¡los envidiosos! Esos que para ser felices necesitan que tú estés llorando en posición fetal. Si te va bien, les duele el alma. Si te compras algo nuevo, ellos se compran uno más caro… o al menos dicen que lo hicieron. “¿Te compraste un coche? Pues yo me compré una nave espacial. De segunda mano, pero vuela”.
Y no podían faltar... los empáticos. Esa gente que sufre con todo. Les duele el mundo, el hambre, la guerra, la sequía. Lloran con los anuncios de compresas. Y al otro lado están los psicópatas. Gente que si su madre les llama llorando le dicen: “Mamá, te cuelgo que estoy viendo memes”.
Y por supuesto, los líderes. Esos que inspiran, que motivan, que sacan lo mejor de ti sin que te des cuenta. Que si te piden que vayas al infierno, tú preguntas: “¿A qué temperatura lo quieres?”. Pero también están los jefecillos tiranos, que en vez de carisma usan el látigo. El tipo de líder que si te dice “buenos días”, tú ya sabes que va a ser un lunes del averno..
Y ahora, tú dirás: “¿Y todo este rollo para qué?” Pues muy bien impaciente ahora va.
Imagina que mezclamos todo este montón de personalidades en una coctelera, como si estuviéramos en un episodio de un Master Chef ético y moral. ¿Podrías adivinar que perfil saldría si después de agitar a muerte pides que salgan nuestros dirigentes? Tachaaaaán pues ya te lo digo yo. Ese tipo de gente con una brújula ética tan fina que si les das un dilema moral, se marean y vomitan encima de la dignidad.
¿El ejemplo? Ahí lo tienes: El caso de Jesús Sánchez, un pediatra en Barakaldo. El tipo, un profesional de los de verdad, que acompaña a una niña de cuatro años en sus últimas horas de vida, fuera de su horario laboral... y ¿qué hacen con él? ¡Amonestado! ¡Sí, señor! Porque claro, ¿cómo se le ocurre tener humanidad? ¡Eso no se enseña en la facultad! Seguro que en su contrato pone “curar, diagnosticar, hacer el menor gasto posible pero sacar todo lo que pueda en el turno”. Porque no le han amonestado por ir a currar fuera de hora, no, la amonestación ha sido por llevarse recursos del hospital fuera de horario. Ojo que hay que ser cínico y sarcástico pero hacia la crueldad. Como aquí nadie se lo está llevando crudo verdad?
Y cuando la gente se indigna, y se monta un pollo nacional, porque claro, eso pasa cuando aún queda un poco de decencia en el mundo, ellos responden: “No, bueno… no era una amonestación como tal… era... eh... una llamada de atención no coercitiva con efecto decorativo. ¡Anda, mira! ¡Una mariposa!”
Y así estamos. En este mundo lleno de gente buscando su asiento. Gente que necesita una persona amable… pero que espera que se ofrezcan por telepatía. Así que tú, sí, tú, que vas por la vida esperando que alguien te diga dónde sentarte... ¡espabila! ¡Levanta la cabeza! ¡Pregunta! ¡Actúa! ¡O por lo menos aprende a leer la entrada, criatura! Que igual el futuro del país depende de eso.
Porque si no, acabaremos gobernados por los que no saben ni leer la entrada… pero sí tienen asiento reservado. Y de esos, queridos, ya estamos hasta el gallinero.
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