Crónica de un Lunes oscuro con cerveza tibia

¿Y de qué os voy a hablar hoy? ¡Pues del fogonazo del lunes, obvio! Porque si algo define mi originalidad es hablar de lo que todo el mundo está comentando, pero con más drama y menos sentido práctico. Y es que verás, mientras la gente normal debatía si ya era hora de jubilar el edredón nórdico o si la alergia les iba a matar antes de junio, yo estaba viviendo mi propio Mad Max doméstico, versión low-cost. Porque sí, mientras muchos os dabais al terraceo y la cañita, yo me preparaba para el Apocalipsis con una intensidad que ni MacGyver con un chicle y un par de cables.

Y claro, ahora a ver quién se ríe. Porque llego el día, ahí estaba yo, como una diva postapocalíptica, con mi hornillo portátil, mi bombona de gas, mis linternas LED que podrían servir de faros en un puerto, mis placas solares de mochilera hippie, un transistor que se carga con USB, y una despensa que haría llorar a cualquier prepper de Wisconsin. Ah, y mi baño, por supuesto, preparado para un holocausto intestinal. Todo muy glamuroso. Solo me faltaba una banda sonora de John Williams mientras calentaba la sopa de sobre con mirada desafiante.

Pero ya con la histeria colectiva bajando del nivel “enseguida aparece el primer zombie a la vueta de la esquina” al de “vale, todo mal pero ¿tengo pan?”, y con el congelado de super reabastecido, yo lo que quiero saber es: ¿qué demonios pasó? Que no es solo por cotilleo puro y duro —que también—, sino porque me gustaría ver la final de Eurovisión sin que la casa se convierta en Mordor por segunda vez. Pero no. Parece que esto va camino de convertirse en el nuevo “¿de dónde salió el Covid?”: tú imagínate lo que quieras, pangolín, laboratorio… nadie te va a confirmar nada. Ni media.

Y así llegamos a la parte divertida: las teorías. Porque claro, cuando no sabes qué ha pasado, lo suyo es especular como si no hubiera mañana. Estas son las joyitas que circulan:

Teoría número uno:
El clima bipolar. Que si un aire frío y caliente se han cruzado y han fundido los cables como si fueran queso rallado. Básicamente, el equivalente atmosférico a, el perro se comió mis deberes, en el cole. Duró esta hipótesis lo mismo que un propósito de año nuevo: lo justo para que AEMET se echara unas risas y la mandara a paseo.

Teoría número dos:
El ciberataque misterioso. ¡Esta me encanta! La favorita de tu “cuñao”, los tertulianos gritones y de la gente que usa “Telegram” como fuente oficial de noticias. Que si Rusia, que si un hacker moldavo con insomnio, que si el becario de Endesa que se le fue el dedo y le dio a “Ctrl+Alt+Supr”. Una fantasía. Hasta he visto gente montando jaulas de Faraday para bloquear las ondas electromagnéticas con papel de aluminio del Lidl. Todo muy The walking dead versión Carrefour.

Teoría número tres:
Las renovables nos han hecho la cobra. Que si mucha molineta cuqui y muchos paneles solares para Instagram, pero a la hora de la verdad, sin las nucleares esto se tambalea más que yo en una boda con tacones y dos copas de vino. Que si “inercia eléctrica” por aquí, que si “estabilidad del sistema” por allá… Mira, si con tanto ecologismo no puedes poner ni el microondas para calentar el café, apaga y vámonos (literalmente).

Y luego estoy yo, cómo no, con mi propia teoría conspiranoica de andar por casa. Porque si algo tengo es opinión hasta cuando no me la pides. Yo digo que esto nos lo van a vender como ciberataque de manual, bien empaquetadito, con lacito de desinformación y olor a excusa oficial, la mejor manera de lavarse las manos. Pero la verdad verdadera, la de andar por casa, yo creo que es que teníamos a Benito y compañía gestionando el sistema eléctrico nacional como si fuera un grupo de WhatsApp de cumpleaños.
—“¿Enchufamos la solar?”
—“Sí, que está barata.”
—“¿Y si apagamos la nuclear?”
—“Venga, a ver qué pasa, jaja.”
Y… fundido a negro.

Porque claro, si en vez de tener expertos tienes a gente que aprendió con tutoriales de YouTube y PowerPoints del 2007, pues lo normal es que el sistema se desplome como mi dignidad cada vez que me sale un anuncio de “quieres perder peso sin dejar de beber cerveza”. Pero eh, ahí está el presi, silbando, con cara de “yo no fui”, echando balones fuera como si estuviera en un Mundial. Que si las eléctricas, que si los técnicos, que si la humedad del aire… Todo el mundo es culpable, menos quien pone a sus amiguis en cargos clave sin tener ni idea de lo que llevan entre manos.

Y así estamos, esperando a que alguien diga algo con cara seria y nos enteremos de verdad de qué demonios pasó. Pero mientras tanto, yo sigo con mi hornillo listo, mis linternas cargadas y mi despensa digna de una película de catástrofes, no porque me apasione el estilo búnker chic, sino porque con Benito y compañía al volante, esto es como vivir en una ruleta rusa… luminosa.

¿Confianza en el sistema? Mira, cariño, yo ya solo confío en tres cosas:

Que la tiendita de barrio no me falle con el pan.

Que mis placas solares sobrevivan al granizo.

Y que si todo vuelve a petar, al menos me pille duchada y con batería en el móvil para despotricar por WhatsApp.

Porque si vamos a acabar en la Edad Media, por lo menos que sea con memes, sarcasmo, y una buena conexión a internet... al menos durante los primeros cinco minutos del colapso.

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