43 Semana Santa: pasión, devoción… ¡y atascos en la A-7!
La Semana Santa, los cielos se abren, las calles se llenan de incienso. Es ese momento del año en el que el mundo católico conmemora el misterio más profundo de su fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo…y también el misterio de cómo caben tantas personas en una rotonda camino a la playa. Porque sí, queridos, la Semana Santa es, oficialmente, el mix más inesperado entre el Nuevo Testamento y Airbnb.
Recordemos por un momento el origen de todo esto, que viene nada menos que de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Un hombre que entró triunfalmente en Jerusalén entre palmas y vítores —como una especie de influencer espiritual— para acabar crucificado por alterar el status quo. Vamos, que si Jesús hubiese nacido en el año 2000, probablemente lo habrían cancelado por Twitter antes de llegar al Calvario.
Todo arranca con el Domingo de Ramos, ese día sagrado en el que se recuerda, como ya hemos dicho, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, recibido como un rockstar por una multitud agitando palmas, ramos de olivo y probablemente algún influencer con una pancarta que decía: “Jesús, hazme un milagrito y dame likes”. Hoy, en cambio, el ramo viene adornado con chuches, lazos brillantes y hasta algún emoji de WhatsApp si te lo hacen los modernos. ¿El mensaje espiritual? Pues claro: “si no tiene golosinas, ni lo saques a la procesión, que no queda bien en el Insta”.
Luego vienen las procesiones, ¿qué sería de una Semana Santa sin ellas? Ese despliegue de fe, arte, incienso y tambores donde los fieles, cofrades y nazarenos caminan horas y horas bajo túnicas que convierten la penitencia en sauna portátil. La idea es rememorar el viacrucis de Cristo, pero con pasos de 1.500 kilos, peinetas tamaño antena parabólica y una cantidad de velas que haría palidecer a Ikea.
Eso sí, todo esto se hace con una seriedad casi mística… hasta que llueve. Porque si por un casual cae una gota, la procesión se suspende y comienza el drama nacional en 4K. Se para España. Los telediarios se llenan de imágenes en slow motion: cofrades llorando, capataces mirando al cielo con odio contenido, y ese nazareno que, desolado, se refugia en el bar más cercano para ahogar la pena en cañas y tapitas. Porque si Cristo sufrió, el cofrade moderno también… pero con cerveza y bravas.
Aunque hoy en día, creo que la procesión más concurrida es la de coches que salen de las capitales hacia cualquier costa con WiFi. ¡La pasión de Cristo se ha transformado en la pasión por pillar buen sitio en la playa antes del Jueves Santo!
Jueves Santo: el día de la traición. Jesús en la Última Cena dice “uno de vosotros me va a traicionar”, y todos hacen cara de "¿seré yo señor?". Spoiler: fue Judas, por 30 monedillas. Hoy lo cambiaría por un iPhone o un vale descuento en Amazon. Mientras tanto, el resto del grupo celebraba la Última Cena —que en 2025 habría sido, por supuesto, vegana, sin gluten y con opción keto—. Hoy los fieles conmemoran este día con recogimiento, devoción... y una escapada rural con jacuzzi, porque el alma también necesita descanso.
Luego llega el Viernes Santo, donde recordamos la crucifixión, uno de los episodios más intensos de la historia cristiana. Ese día solemne en el que muchos dicen estar de recogimiento. Pero en realidad mientras Jesús ese día cargaba su cruz hacia el Calvario, tú cargas la sombrilla, la nevera de playa y al niño dormido hacia la arena. Y es que el sufrimiento toma muchas formas.
¿Y qué pasa el domingo? Ah sí, la Resurrección. Jesús resucita glorioso de entre los muertos. ¿Y cómo celebramos este milagro de la vida eterna? Pues con huevos de chocolate, conejitos con lacito y decoraciones que parecen sacadas de un catálogo de Pascua de Disneyland. ¿Qué tiene que ver un conejo con la Resurrección? Nada. Pero la industria del azúcar y la papelería festiva no entienden de teología.
No olvidemos que todo esto empezó como un acto de fe profunda, de recogimiento y espiritualidad. Pero evolucionó. Las iglesias celebran la Vigilia Pascual y los protestantes hacen cultos al amanecer... pero tú estás más en modo “vigilia la tumbona no te la quiten” y tu culto empieza con la frase: “¿nos pedimos otra ronda?”. La fe se transforma, evoluciona… y a veces, se mezcla con cerveza, es lo que hay.
En fin, Semana Santa: esa maravillosa tradición donde se mezclan raíces profundas, siglos de tradición, fe, cofradías centenarias con pasos escultóricos de incalculable valor… y selfies con filtros de paloma blanca. Donde puedes ver una procesión con lágrimas en los ojos… o la procesión de coches rumbo a cualquier lugar donde haya sol, cobertura y un sitio donde aparcar, torrijas, atascos y selfies con tronos y niños peleándose por ver quién encuentra más huevos de Pascua. Una mezcla sagrada de religión, turismo, azúcar y drama meteorológico.
Que la paz de Cristo te acompañe… y que no te pille la DGT volviendo del chiringuito. ¡Feliz Semana Santa! O como decimos hoy: #PasiónPorLaPlayita.
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