"Cuando el Arte es un Plátano y la Cordura, una Utopía"

La humanidad, esa especie tan creativa y peculiar que un día inventó la penicilina y al otro decidió pagar 6,2 millones de dólares por un plátano pegado a la pared con cinta americana. Sí, un plátano, esa fruta humilde que normalmente termina olvidada en el frutero hasta que está lo suficientemente pocha como para hacer un batido o tirarla a la basura. Pero, por supuesto, en manos de un "genio contemporáneo", ese mismo plátano se convierte en una obra de arte de precio inestimable. Y, por si fuera poco, Justin Sun (el comprador) se lo come. ¡Literalmente! Porque si vas a tirar dinero, al menos que sea comestible. A mí me parece que si esto sigue así, en unos años los menús en los restaurantes no tendrán precios, sino cotizaciones en subastas de Sotheby’s. ¿"Hoy el aguacate está en 3,4 millones, señor"? ¡Qué ganga!

Es absolutamente loco pensar que, mientras millones de personas en este planeta se levantan cada día con la angustia de no saber si habrá comida en la mesa, un plátano pegado a la pared con cinta americana puede alcanzar un valor que podría alimentar a una pequeña nación. Pero, claro, es arte, ¿no? Una obra que provoca reflexión, que nos invita a mirar al vacío existencial. Y aquí estamos todos, observando desde la grada, preguntándonos cómo llegamos hasta aquí. ¿En qué momento un plátano se volvió más valioso que un techo sobre la cabeza de una familia?

Y luego está la narrativa. Porque resulta que este plátano tiene pedigrí: es una obra de Maurizio Cattelan, un genio contemporáneo que básicamente se preguntó: “¿Qué pasa si tomo algo que cuesta menos de un dólar y le pongo un precio equivalente al PIB de un pueblo entero?”. ¡Arte conceptual, señores! ¡Qué valentía, qué audacia! Estoy segura de que en ese momento histórico debió de haber un silencio reverencial en el estudio mientras Cattelan tomaba la cinta americana y, con mano firme, la estiraba sobre la cáscara amarilla. Un Da Vinci del pegamento.

Y por si fuera poco, tenemos la guinda del pastel: José Marchá, un artista español que afirma que él ya hizo esto hace tiempo. Es decir, ni siquiera estamos ante un plátano original. Es, en el mejor de los casos, un plátano pocho de segunda mano. Porque hasta el plagio, por lo visto, cotiza alto. Al final, ni siquiera podemos disfrutar del arte sin tropezarnos con un debate de derechos de autor.

Pero no nos pongamos sentimentales. No olvidemos que Justin Sun, decidió darle un giro todavía más profundo al asunto: se comió el plátano. Sí, amigos, comerse una obra de arte nunca había sido tan literal. Ahora ya no hablamos solo de arte conceptual, sino de arte digestivo. ¿Qué pasa con los restos? ¿Se transformaron en arte biológico? Quizás en el futuro los coleccionistas esperen pacientemente en un baño para recuperar parte de su inversión. ¿O tal vez Justin lo hizo para cerrar un círculo existencial? Compra, consume, y excreta el arte. Todo profundísimo.

En cuanto al panorama general, aquí estamos, todos "iguales" como seres humanos: nacemos, crecemos, nos reproducimos (otros prefieren tener perros, normal viendo cómo está el patio) y morimos, pero en el día a día  unos pelean por llegar al fin de la jornada, mientras otros deciden entre comprar un Ferrari, un yate o… un plátano para la pared. Y es que, unos luchan por sobrevivir y otros luchan por encontrar formas más creativas para tirar su dinero. Aunque claro, ¿quién soy yo para juzgar? Yo me conformo con un bocadillo de jamón y un poco de cinta aislante por si acaso quisiera hacer mi propia obra maestra.

Y ni hablar ya de lo que esto dice del arte en general. Hemos pasado de Miguel Ángel, quien dedicó años a tallar la perfección en mármol, a un plátano pegado a una pared que, si no te das prisa en comértelo, se descompone en menos de una semana. No me malinterpretéis, no quiero subestimar el valor del arte moderno, pero me pregunto si la cinta americana tiene un significado simbólico que yo, en mi limitada percepción, no estoy captando. Tal vez representa nuestra frágil conexión con la realidad o el hecho de que todo está sostenido por los hilos cada vez más finos de nuestra paciencia colectiva.

En resumen, este plátano no solo es una obra de arte, es un símbolo de nuestra época: absurda, desigual, y deliciosamente sarcástica. Eso sí, ahora tengo miedo de abrir el frigo, porque a este paso cualquier cosa podría ser un "genio incomprendido". O tal vez es hora de probar suerte con una cebolla y cinta adhesiva. ¿Quién sabe? Quizás la próxima subasta sea la mía.

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