El Cuñao y el Escape Room: una Historia de Redención a Puerta Cerrada

Había una vez un cuñao de manual. De esos que saben de fútbol, política y conspiraciones internacionales, y todo mientras se come un plato de jamón con una cervecita. Este espécimen, omnipresente en las cenas navideñas, se enfrentó un día a una propuesta revolucionaria de su familia.

—¡Este año vamos todos juntos a un escape room!

El cuñao, que ya estaba en plena forma para el tercer asalto de postres, casi se atraganta con la risa:

—¿Cómo? ¿Pagar porque os encierren una hora? ¡Anda ya!, si queréis que os encierren, os dejo la llave del trastero. ¡Y gratis!.

La familia intentó convencerle. "Es divertido", decían. "Es como ser los protagonistas de una película", insistían. Pero él, con la seguridad de alguien que jamás ha jugado ni al Pictionary, sentenció:

—Venga ya, ¿protagonistas de qué? Eso es una estafada. ¡Lo que me faltaba por ver! Venga, llamadme cuando se os pase la tontería

Y se quedó en casa bien a gusto, mientras el resto vivía una aventura que contaron durante semanas. Aunque claro, según él, "menudos frikis, no saben disfrutar de lo simple".

Pero el universo, que tiene un gran sentido del humor y cuando parecía que el cuñao había ganado esa batalla contra la modernidad, el destino le preparó una emboscada. Un año después, su jefe, ese ser brillante que parece saber siempre cómo pillarte por sorpresa, anunció un plan de equipo obligatorio y de paso para evaluar a su plantilla. Adivináis qué actividad eligió.

Sí, un escape room.

El cuñao, al enterarse, puso una cara de auténtico drama, como si le hubieran dicho que el bar de la esquina había cerrado para siempre. Pero no tenía escapatoria (irónico, ¿verdad?). De camino al local, se quejaba con la energía de quien realmente no tiene nada mejor que hacer, dejando claro que aquello era una pérdida de tiempo y que él no pensaba mover ni un dedo. Pensó "Que resuelvan los frikis, yo estaré por ahí mirando la decoración", “Bueno, mejor no, mejor lo resuelvo todo rápido y en 15 minutos ya estamos fuera de este coñazo”.

En cuanto cruzaron la puerta del escape room, algo empezó a cambiar. Un actor les recibió con una actuación tan intensa que el cuñao, por primera vez, no supo qué decir. Miró a su alrededor, se quedó boquiabierto: decorados de película, sonidos que parecían sacados de un blockbuster, detalles por todas partes, luces, puertas secretas. ¡Y eso que todavía no habían hecho nada!

 

Los primeros minutos se mantuvo en su papel de escéptico profesional, con las manos en los bolsillos.

—Bueno, no está mal... para frikis —murmuró, pero ya había empezado a picarle la curiosidad.

Cuando uno de sus compañeros resolvió una pista y se abrió una trampilla secreta con un ruido digno de película de Indiana Jones, algo en él hizo clic.

"¿Cómo ha hecho eso? ¿Y si yo…?" Y así, sin darse cuenta, lo tenías buscando pistas como un detective con sobredosis de café, descifrando códigos, moviendo piezas y liderando al equipo como si fuera el Capitán América.

—¡Lo conseguí! ¡He salvado al equipo! —proclamó, como si la NASA estuviera esperando su informe.

De repente, el cuñao era otro hombre. Bueno, no del todo: seguía siendo el mismo en las discusiones sobre fútbol, pero ahora tenía un nuevo tema de conversación: los escape rooms. Pasó de ser un detractor total a convertirse en el mayor fan de la oficina. Al día siguiente, ya estaba buscando en Google "los mejores escape rooms cerca de mí".

Ahora, en las reuniones familiares, es él quien suelta frases como:

—¿Sabéis que hay un escape room ambientado en un caso policiaco de un asesino en serie aquí a la vuelta de la esquina? ¡Es brutal! No tenéis ni idea de lo que os perdéis si no vais. Es un must.

El mismo que un año antes se reía de su familia al pagar "por encerrarse", ahora organiza maratones de escape rooms, hace rankings de los mejores en TripAdvisor, tiene un grupo de Telegram para compartir recomendaciones y es capaz de hablarte durante horas de mecanismos, historias y actores que te miran mal si haces trampa y hasta se plantea abrir su propio negocio…

Y cuando alguien, en medio de una conversación, osa decir algo como "eso de los escape rooms es una chorrada", él sonríe con aire magnánimo, se sienta en la cabecera de la mesa y empieza:

—Deja que te cuente una historia... Porque yo también era como tú. Pero…¿Queréis que os lleve a uno de los buenos? Yo llevo judados ya más de 80, y os aseguro que los de aquí no están mal, pero los de Logroño, eso es otro nivel.

Y ahí empieza su discurso, con la misma pasión con la que, años atrás, defendía que el VAR arruinaba el fútbol. Porque sí, los escape rooms cambiaron su vida, hasta su forma de vestir, ahora lleva camisetas con mensajes tipo: "Escape Room Master”, pero el cuñadismo, queridos, es eterno.

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