Entre mocos, luces y turrones: la cuenta atrás para la Navidad
¡Señoras y señores, ya llegó el frío!. Ese momento del año en el que, tras meses de debatir si te quedabas en manga corta o arriesgabas con una chaquetita de entretiempo, llega el invierno de verdad y nos lanza un bofetón helado obligándonos a dejar de fingir que "todavía hace buen tiempo". Y por si el frío no era suficiente pista, llega ella, María Carey, nuestra reina del deshielo, con su épico “All I Want for Christmas Is You”, que suena hasta en el ascensor del dentista, marcando oficialmente el comienzo de la temporada de villancicos. ¡No hay escapatoria! es hora de sacar el abrigo gordo, ese que huele a naftalina y decisiones cuestionables del invierno pasado. ¿No es emocionante?
Ah, y claro, con el frío llegan también los catarros, ese cariñoso recordatorio de que tu sistema inmunológico es más flojo que los propósitos de Año Nuevo. El invierno es ese festival en el que todos participamos en un concurso no solicitado de "quién se contagia más rápido". ¡Pero tranquilos! Ahí están las farmacias, frotándose ya las manos como un villano de película de serie B, listas para ofrecernos su arsenal: quita-mocos, quita-tos, quita-fiebre… quita-dinero, básicamente. Eso sí, ¿qué haríamos sin esas cajas mágicas de pañuelos y caramelos mentolados que saben a menta mezclada con desesperación?
Mientras tanto, las ciudades se transforman, ya brillan como si un unicornio hubiera vomitado luces LED por todas partes, porque la sutileza no es amiga de la Navidad. Los belenes que se multiplican como si fueran Gremlins ya están montados, los Reyes Magos tienen camellos nuevos (o el mismo de siempre, porque aquí reciclamos), y los villancicos... Ah, los villancicos. Esas canciones que aseguras odiar, pero que si no escuchas en bucle empiezas a sentir un vacío existencial. Es un amor-odio como el que tienes con el turrón y los mazapanes: no hacen gracia, pero al final te zampas medio surtido y acabas preguntándote cómo tus pantalones se han encogido con los lavados.
Y ahora viene lo mejor: la lotería de Navidad. Esa tómbola emocional en la que te dejas el sueldo porque, a ver, ¿y si le toca al camarero del bar donde desayunas? ¿Y si les toca al carnicero?, ¿y al panadero?, ¿y al del bar debajo de casa?, ¿y a los compañeros de curro?, ¿Y si le toca a la vecina que escucha reguetón a todo volumen los domingos por la mañana? No soportarías su alegría. Buff mejor arruinarse preventivamente que cargar con ese resentimiento el resto de tu vida. Así que te dejas un dineral en décimos con la resignación de quien sabe que las probabilidades de ganar son las mismas que encontrarte con Papá Noel haciendo cola en el súper mientras moviendo el cucu, canta eso de All I Want for Christmas Is You . Pero oye, ¿y si toca? Porque el “¿y si…?” es la verdadera magia de la Navidad.
Ah, la Navidad. Esa época maravillosa en la que criticamos los villancicos pero nos emocionamos al escuchar el tamborilero; renegamos de las cenas familiares, pero luego no nos perdemos ni una; y aseguramos que este año no vamos a gastar tanto, pero el presupuesto se dispara entre regalos, lotería y cenas que parecen un buffet nupcial hecho por los participantes de Master Chef. Y ahí está, en el horizonte, el gordito vestido de rojo, ese que no se molesta en adelgazar porque sabe que los turrones van a engordarnos a todos, preparándose para recordarnos que sí, amigos, estamos a nada de que la Navidad irrumpa en nuestras vidas como una tormenta de confeti y azúcar.
Así que prepárate que vienen las cenas de empresa, las sobremesas eternas con discusiones de política, y esa botella de cava que alguien intentará abrir en plan héroe pero acabará rompiendo la bombilla de la lámpara. Vamos, ¡que diciembre está aquí para recordarnos que nada cambia y todo es maravilloso! Cuñi prepárate que voy.
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