Domingo de Apertura: La Romería Dominical al Centro Comercial

(Para mi amiga Montse)

Ay, los domingos. Ese glorioso día en el que se supone que descansamos, reflexionamos, tal vez pasamos tiempo con la familia… ¿Y el domingo que abren el centro comercial?, ese día es un fenómeno casi místico y, como si alguien hubiese anunciado el fin del mundo, la gente se lanza en masa, como si no hubieran visto un pasillo de supermercado en años. Porque claro, no todos los domingos abren, y eso lo convierte en un acontecimiento memorable. Nada de museos, excursiones, o un ratito tranquilo con un libro: lo que realmente da sentido a la vida es empujar carros y pasear bolsas de plástico. Sí, amigos, ese domingo hay hordas de personas que, incapaces de mirar más allá de su pantalla del móvil o de su propio ombligo, deciden que la mejor manera de pasar el día es arrastrándose entre ofertas inexistentes y colas interminables. Porque, ¿qué sería de ellos si no tuvieran a alguien trabajando para servirles?

El espectáculo comienza temprano. Desde algo antes de las 10 de la mañana, los fieles peregrinos ya están allí, esperando como coches de Fórmula 1 en la parrilla de salida, con los motores rugiendo y los ojos fijos en el reloj, listos para salir disparados en cuanto suba la reja. Mientras los trabajadores intentan apurar su café y recordar por qué aceptaron ese empleo, ahí están ellos, alineados, sin quitar ojo al reloj, no vaya a ser que abran un segundo más tarde.

Y cuando finalmente abren las puertas, ¡oh, el éxtasis! Las masas entran corriendo, para frenar en seco y quedarse en otra fila de dos horas para conseguir un trozo de tarta de queso gratis que solo van a conseguir los 50 primeros en llegar. Y si, como he dicho, hasta las 12 no empieza la oferta. Esto no detuvo a nuestros héroes dominicales: ellos, los gladiadores del ocio sin sentido, permanecieron dos horas haciendo un scroll infinito hasta que consiguieron su trozo de tarta.

Irónico, ¿verdad? Se plantan en el centro comercial para "vivir", pero pasan ese tiempo deslizando el dedo sobre una pantalla, viendo memes que no entienden o vídeos de gente haciendo exactamente lo que ellos deberían estar haciendo: cualquier otra cosa. Porque, vamos, ¿Tu domingo se reduce a esto? ¿Qué pasa con ir a ver a tu madre, hacer una ruta de senderismo o, no sé, aprender a hacer ganchillo?

Claro, uno podría pensar: "Bueno, al menos están apoyando la economía, ¿no?" Pero no, porque la mayoría no compra nada. Están ahí por la calefacción, las luces brillantes y, ocasionalmente, por un trozo de tarta que ni siquiera les gusta. Ah, pero si tú osas sugerir que deberían cerrar los centros comerciales los domingos, ¡prepárate! "¿Y qué hago yo, entonces?" preguntan, con los ojos desorbitados, como si les hubieras dicho que ya no hay Internet en el mundo.

Lo irónico es que estas aperturas dominicales son contadas. No es como si el centro comercial desapareciera los otros días de la semana, pero oye, el que no va el domingo, pierde puntos en el campeonato nacional de quién tiene la vida más absurda. Parece que se alimentan del drama. "¡Hoy hay que aprovechar, que no abren todos los domingos!", dicen. ¿Aprovechar para qué? ¿Para andar en círculos por el pasillo de electrónica? ¿Para mirar cosas que no vas a comprar mientras los empleados se plantean cambiar de planeta?

Y hablando de los trabajadores. Porque claro, que tú no tengas nada mejor que hacer no significa que el resto de la humanidad tenga que sacrificar su día libre para entretener tu vacío existencial. Ellos también tienen familia, amigos (si les queda tiempo para verlos), o simplemente ganas de estar en casa viendo una serie mala en pijama. Pero no, allí están, sirviendo a las masas dominicales que se ofenden si la cola del café tarda cinco minutos.

Así que aquí estamos, atrapados en este ciclo absurdo. Unos van porque no saben qué hacer con su vida y otros trabajan porque esos primeros no les dejan tener una. Y la cola para la tarta, bueno, ahí estará el próximo domingo que abran. Porque la verdadera tradición no es descansar, ni disfrutar, ni reflexionar. Es consumir, aunque no necesites nada, aunque no tengas hambre, aunque lo único que estés devorando sea el tiempo que nunca volverá. Pero oye, ¡la tarta era gratis!

 

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