La visita de reina Margarita I “La empática”
Cuando Margarita, la ministra omnipotente y luminosa, decidió que su apretada agenda de cócteles y ruedas de prensa podía permitirse un hueco para visitar el pueblo devastado, lo hizo con la elegancia de quien se cree una enviada divina.
Llegó al pueblo y lo hizo como quien visita un zoológico: con esa mezcla de indiferencia y fastidio que tienen quienes consideran que están demasiado ocupados para perder el tiempo con lo mundano. Allí estaban los vecinos, esperando respuestas, ayuda, o al menos un atisbo de humanidad. Y allí estaba ella, lista para regalarles, en cambio, su encanto despotricador.
Con un séquito de asesores cargando paraguas (aunque no llovía) y cámaras perfectamente alineadas para captar su ángulo más favorecedor, Margarita descendió de su vehículo oficial con la misma actitud que tendría alguien inspeccionando una barbacoa mal organizada.
En el pueblo, los supervivientes la miraban entre incrédulos y resignados. “Estamos trabajando en ello,” dijo con la seriedad de quien realmente no está trabajando en nada. "Sé que duele perderlo todo, pero al menos tienen mi visita. No se quejen tanto."
Cuando alguien se atrevió a mencionar que los habían dejado a su suerte, Margarita, indignada por el atrevimiento, espetó: “¡Con lo que ya les enviamos deberían estar agradecidos! ¿Qué creen, ya les envié al ejercito?” No mencionó, por supuesto, que el envío consistía en unos pocos soldados un día o dos después. Cuando otro pidió soluciones, Margarita suspiró profundamente, como si alguien le hubiera pedido cargar un saco de cemento con sus propias manos, e inmediatamente increpó enfadada "¿Qué es lo que tanto lloriquean ahora?" "¿No tienen algo mejor que hacer que esperar que yo les solucione la vida? Qué falta de iniciativa, de verdad". ”Yo quería ayudar más, pero no me dejan NO ES MI CULPA” "A ver, caballero, ¿y qué espera que haga yo? No ven que NO ME DEJAN ¿Qué clase de mentalidad tan dependiente es esa? ¡Un poco de dignidad, por favor!", replicó, con ese tono que usan los profesores mediocres para regañar al alumno que no entiende.
"¡Pero ministra, nos lo prometieron! Aquí seguimos igual, y ya no sabemos qué hacer". "Ah, claro, prometieron, prometieron," respondió Margarita, enfatizando cada palabra con una mueca de burla. "¿Y quién les dijo que las promesas se cumplen? Esto lleva tiempo, mira a los de La Palma. Además, no se olviden de que estamos en un contexto complicado, ¿o creen que ustedes son los únicos con problemas en este país?" "No se preocupen," añadió con una sonrisa ensayada, "esto también pasará (para nosotros). Como todo."
El aire se volvió denso, no tanto por el polvo y el barro de las ruinas como por la mezcla de incredulidad y rabia que flotaba entre los presentes. Margarita, sin embargo, no parecía darse cuenta. "Yo ya he hecho más de lo que se esperaba. Si no lo valoran, el problema es suyo. Ah, y no me vengan con reclamos porque la paciencia también tiene un límite."
Al final, tras un discurso improvisado en el que logró no decir absolutamente nada útil, Margarita subió de nuevo a su coche, no sin antes dejar un consejo final: "Ya pueden dejar de quejarse y ponerse manos a la obra. El mundo no se arregla llorando". Y se marchó, dejando tras de sí una nube de perfume caro y promesas vacías.
El coche arrancó y desapareció entre las ruinas, mientras los vecinos quedaban allí, humillados, más enojados que antes y, para variar, igual de abandonados.
Comentarios
Publicar un comentario