Cuando la aventura tenía sucias las rodillas y no cabía en una pantalla Bueno… aun a riesgo de que alguno piense: “¡Ay, ya está la cansa de siempre con lo mismo!”, vengo a cumplir con mi deber moral, mi vocación, mi misión en la vida: quejarme. Porque, amigos, este verano se me ha caído el alma a los pies… y eso que tengo los tobillos bastante resistentes. A ver… los de mi quinta y un poco menos, que levante la mano todo aquel que recuerde con lágrimas en los ojos esos veranos en el pueblo. Sí, esos veranos míticos que empezaban a finales de mayo, porque tú ya en mayo estabas contando los días como si esperases la final de la Champions… pero de la vida real. Veías que se acercaba junio y ya te daba taquicardia. Salivabas como perro de dibujos animados pensando: “¡Ay, que no queda nada para ir al pueblo!”. El pueblo, o ese sitio al que ibas en verano… ese lugar mágico donde los amigos de verano eran casi más importantes que los de invierno, donde no había horarios, donde ...
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